Un razonamiento es válido mientras no sea erróneo. Por eso equivocarse al llegar a una conclusión carece de importancia.

Lo que se quiere profundo no suele ser más que abstracto, es decir, etéreo.

La lata de cerveza nos alimenta como el ave a sus polluelos.

Lo mejor de las soluciones provisionales es que siempre son las que más duran.

Al malvado la conciencia no le remuerde: le mordisquea.

El loco no recuerda dónde puso el cuaderno de los recuerdos cuerdos.

En contra de lo que habitualmente se cree, muy pocos suicidios son en defensa propia.

Uno se da cuenta de que está muerto cuando el quiosquero le da siempre el periódico del mismo día.

El destino es un desorden de los sentidos.

El tiempo son las pistas que cada día le deja al siguiente para que no se pierda.

Para ser intelectual no hace falta ser inteligente. Hay miles de pruebas.

Los relojes de pulsera son las esposas que nos pone la policía del tiempo.

La etiqueta es una ética de juguete.

Los fotógrafos intelectuales, pudorosos, cubren el color de las chicas desnudas con un vestido blanco y negro.

Hay escritores para los que el arte literario consiste en hacer pesadísimo un discurso completamente hueco.

La verdad es la ausencia de mentira: el frío de las palabras.

Cuando retiramos la barba blanca de espuma, nos estamos afeitando desde el futuro.

Los zapatos de tacón se esconden debajo de las mujeres que andan de puntillas.

La frase consentida con sentido es lúcida y perversa.

Lo que se debe y se puede hacer para escribir bien es no escribir mal.